jueves, 7 de junio de 2012

Amar es

¨Nos amábamos rodando por el espacio y éramos una bolita de carne sabrosa y salsosa, una sola bolita caliente que resplandecía y echaba jugosos aromas y vapores mientras daba vueltas y vueltas por el sueño de Helena y por el espacio infinito y rodando caía, suavemente caía, hasta que iba a parar al fondo de una gran ensalada. Allí se quedaba, aquella bolita que éramos los 2; y desde el fondo de la ensalada vislumbrábamos el cielo. Nos asomábamos a duras penas a través del tupido follaje, de las lechugas, los ramajes de apio y el bosque del perejil, y alcanzábamos a ver algunas estrellas que andaban navegando en lo más lejos de la noche.¨


Eduardo Galeano, en el Libro de los abrazos.

miércoles, 6 de junio de 2012

Gueto de Pasiones

Se me cayó un Gogo. Es oscuro; lo encontré tirado ahí, a los pies del parlante. El dijo que parecía saturado pero yo no le creí nada. Ese Gogo estaba desahuciado, o, tal vez, se desmayó por la esperanza del nuevo aroma a Presto Pronta que zampa el microondas cada vez que su sonido nos inunda el olfato de finitud con el bip bip y entonces dale, 30 segundos más y ese no se qué de la aceptación naturalizada a las comidas que se calientan al revés. Intenté no engancharme en mi certeza acerca del dolor en sus cervicales y, eviteando la pena y la vergüenza ajena, en menos de un minuto, todo se volvió curiosidad. Al principio pensé que era otra de sus jugarretas pero no; estaba ahí, caído boca abajo. Yo fui testigo. Derrotado, entre mis manos se veía enorme. Entonces busqué un espacio para acomodarlo entre los otros. Entre los tantos otros que -distintos- no dejan de ser iguales. Cada uno en su color y con sus formas y con unos peinados que ni te cuento. Está el buda, el punk, la chica vendedora de panes y por detrás, ubicados estratégicamente, desfilan los amarillos. Son peligrosos: te escupen en la cara y a veces te irritan los ojos. Como nosotros, el patito siempre en la esquina y el maíz por delante de los demás, siempre primeros. Después está el de la cresta en sus distintas versiones y más acá el cornudo de color naranja. No me dicen lo que quieren pero si me piden que los acomode. Es como el idioma de los puntitos fosforescentes que se ven en la oscuridad, le contada a Eladia el otro día. Entonces ahi voy, haciéndolos girar y resulta que la cosa se pone asombrosa: sin rostro representan las expresiones más logradas y entonces por fin claro ¡Aleluya! (Interactúan entre mis dedos.) Se convidan cosas, se charlan del frío; envidian profundamente a la gente que ven pasar envueltas, en sus cuellos polares hasta por arriba de la boca ¡Y como no se van a cagar de frío así, tan taponados! Se quejan. Los soplo y no se caen y hasta a veces tambalean y -cuando menos te lo esperás- desembocan en la posición adecuada y rumbiante siempre (entre ellos). El que es único es transparente y tiene, además, como purpurina llovida en su interior. (Pasa que irradia brillos y te los deja pegados en los cachetes y entonces dos días después viene fulanito y te dice ¡tenés un brillo! y cagaste, te lo adozó y , aunque sepas que es de unos de ellos no te cabe duda, miras la porpurina en la yema de tu índice y ya sabés que eso está ahí. ¿Y ahora qué? Te pertenece. Tomá.) Pero resulta que éste, el caído, era oscuro. Y no voy a decir el color porque me bailan las chatitas sin elástico que no son mías y -a decir verdad- jamás podría definirlo. Mi papá dijo que es azúl petróleo pero no. Mi papá se equivocó. Sí. Una vez al menos, cuando creyó que yo no estaba enamorada del chico de los ojos de león. ¿Y vos? ¿Te acordás de cuando tu papá te quería? Aprovecho para contarte que no entendí tu pregunta, le contestó. ¿Ves? Ahí está otra vez el melenudo turquesa riéndose de mi. ¡Y que por el amor a los caballos que ese chico jamás deje de creerme! Nunca lo dije, pero mi único orgullo es su sonrisa, ni hablar de su carcajada y (además) lo poco friolento que puede llegar a ser cada mañana y esa cosa, que tiene, de desestimar a Mauri todo el tiempo ante cualquier pronóstico. Dejáme que me abrigue o que me vaya desabrigando como ellos que no hacen sombra como nosotros, me dice. ¿Te fijaste? Cuanto más se alejan mas grandes se vuelven. Es como cuando vos me das un beso de despedida a la salida del jardín y buenísimo, chau Horacio, te recuerdo enorme, en función de lo que vas sintiendo pero ellos no: cambian de lugar sin que duela y en el giro, hacen formas multicolores, multigestuales y ni hablar de los olores. (Sospecho que las sombras no las veo porque acá el sol solo se ve a la mañana y yo hace años que no duermo, de noche) El ventilador quieto y ellos que cuchuchean, crujen y después y después, tragan. Son el movimiento de lo inerte, la posibilidad del giro caleidoscópico y eso sí: basta que pase mi madre con el vaivén de sus caderas para que caigan desplomados, y entonces me saco ancha y quito la Coca del frizer (que compre por $1.25 menos al precio de elegirla recalentada), tomo del pico, enrosco la tapa y una vez más cobro sentido al ir volando, a levantarlos. Total, a ellos no tengo que darles explicaciones acerca del egoísmo y ni de las palabras; saben de lo mucho que yo, sería incapaz (pero capaz escapas) Y entonces ahí van otra vez y cada vez, que me hacen levantar. Ni a la alarma le doy la bola que a ellos. Les conté mil veces que los cocodrilos no me hacen nada y ellos sí, dale que va, me sacuden los hilos cósmicos y me elevan del pantano justo cuando son las 3 y entonces los ojos se me cierran como amapolas (también podrían ser aceitunas negras ahora que pienso.) Y yo que por ahí todo bien y corréte y hacéle lugar a lo nuevo. Se expeditivo, vos podés, me dijo aquél y cómo que no, que el que se cayó se reacomodoma modificando las poses de los otros, y los gestos, y las caras, y los ojos que nunca se pueden ver (los mismos que se miran justo, donde se reconocen) Y resulta que en el medio los portaretratos se vuelven obsoletos y sólo son ellos, los Gogos sin rostro, aquellos que sobreviven día a día junto a mi, vallando mi TV, inventando rescates, desplomándose, riéndose. Cambiando de posición se desordenan por un instante: el entorno se modifica y en el medio, puden pasar siglos hasta que yo de la vuelta por la esquina y los tumbe nuevamente. Todo sea por querer bajar la persiana mientras me acomodo y trago, simulando saborear diariamente y como puedo (imitando a la gorda de enfrente), al menos dos sorbos tibios, de matutino café.