El mundo: un oso a cuerda mas quieto que detenido y yo ahí: ¡Tan desnudita y muerta de sueño! Escucháme bien, dijo: - primero hay que sacarse, sacarse todo, hasta volver a transitar por las mismas calles sin sentir frío. Por suerte y por costumbre, siempre juego a esconder mis piernas para estirarlas luego, por dentro del camisón o la remera. Y si tengo que decir algo, voy a decir que me extraño no haber recibido ningún mensaje. Aún así me basto con verlo ahí parado, para olvidarme de todo. Al principio permanecí capturada, en eje; paralela a la parada del 60´, embelesada en su soltura, esa misma soltura que gira alrededor de todo, contagiando al mutismo en todos sus ruidos, impregnando cualquier palabra o cualquier cosa con su voz; soltando: -Fijate como es: después del 60, a todo lo que da, viene el 59. Y si lo pensás bien, el último frena antes que el primero. Yo me subo y me agarro solo. Vos saca.
Imaginaran que no fue fácil desprenderme de tantas escenas; sobre todo cuando al entrar a la oficina encontré –al fin- la alarma desactivada. Entré sintiendo que iba a poder liberarme, (a cambio claro), de permanecer encerrada por un rato. De última si vienen los ladrones, atenti al giro, me escondo debajo de la kichinet y sanseacabó. Aunque, pensándolo bien, tal vez no sea que se cortó la luz; tal vez caí en una trampa y quien te dice al fin y al cabo, eso es el amor. ¿O no? Fue entonces cuando preferí bajar y esperar a que llegase el primer energúmeno de todos los consultores únicamente para volver a subir, esta vez, protegida. Sin embargo, algo sucedería en el medio. Llame a mi jefe, quien, al no responder, no me dejó otra alternativa que irme ya sin esperarlo. Después de todo, no todos los días una tiene la posibilidad de conocer a sus ídolos y para eso, claro está, tenía que llegar lo antes posible. As Soon As Posible. Y así fue. Qué loca situación. La facultad se encontraba repleta, con olor a plaza Italia; así como una fiesta antes de ser estrenada. LLena de pancartas y de recomendaciones (había elecciones, viste.) Demasiado rosa ahumado alrededor de tanto tipo vago, adornado de barbita desprolija, sudando la frente a cambio de entregar el micrófono. Si es por mí, debo confesar que me sorprendió encontrar un lugar en la parte de adelante de la cola y, al caer en la cuenta de que tendría que entregar (además) mi nombre (a modo de llenar uno de esos diplomas que te otorgan por asistir a un curso), recorrí todos los personajes que me rodeaban (con el fin de elegir uno), para cuando al escuchar su voz llamándome logre al fin recordarme, otra vez. Enseguida se acerco haciendo a un lado a los unos y a los otros y (mientras me contaba lo mucho que le había divertido mi comentario sobre su muro), fuimos solapadamente llevados al borde del pasillo por una especie de ola gigante de gente que poco a poco se fue desplazando haciendo espacio ante la llegada de la docente estrella. -Ahí está el gran otro, dijo. Y me miró. -Esa es? Está hecha mierda, contesté esquivando su mirada y sin dudarlo -No la conocías? ¿Vos no la conocías? -Jamás la había visto. ¡And that don´t mean a thing, Carmelo! ¿Entramos? (lo apuré) Hey! ¿Sos loco vos? Qué me empujas, pibito; correte hacélfavor. Ahora sí: el aula 16 estaba cambiada (olía distinto.) Para no sentirnos protagonistas decidimos ubicarnos en la segunda fila. La misma que luego del intervalo (y a causa de la demanda de los espectadores, tal como nosotros) se convertiría en la décima. Automáticamente comencé a saludar mirando a cámara y entendí que ya no sería lo mismo: sus palabras volarían; serían retransmitidas al aula mayor para las 500 personas que permanecerían fuera, al llegar tiempo después o pasadas las 19.45hs. Entonces todo por un instante fue distinto: nos encontramos siendo otros y sintiéndonos unos privilegiados (por un rato) -Ahí viene ¿Estás nerviosa? -¿Nerviosa yo? Callate, Juan. No me dejás escuchar! Hace silencio. –Sí. –Prometémelo*. Y así comenzamos. Parecía que le había costado muy poco empujar las puertas del aula con sus muletas gastadas, espiando por las ventanitas para entrar y poder así, acceder a su audiencia. Si pudiera definirla, diría que es la mujer lámpara y hasta más que eso. Vestida de negro por su tapado ondulante, pañoleta de arabescos violetas combinados de amarillos al cuello, y mucha sombra color cielo en unos párpados enmarcados por sus pestañas. Sus manos eran un espectáculo aparte. Regordetas, me detuve en la línea de su vida. Esa misma que, para cualquiera a simple vista, dibujaría la mitad de una sonrisa tan mofletuda, que parecería eterna. A lo largo de su brazo correteaba una de esas pulseritas tipo acrílico, símil gelatina verde sabor manzana arenosa, de gusto color shampoo, rellena a trozos de fruta, o algo así. El pelo todo hacia arriba, así como si la hubiese agarrado un soplete por la calle, o como si permaneciese colgada, al revés. Parecía Morita, la enfermera con extensiones brasileña a cargo de la sala de terapia intermedia; la de los días Domingos, te acordás? La misma que para decir amor, me cambia la o por la ü. (¿Viste eso? Por entendernos es que nos sobran las palabras) Y todo por la culpa del Dr Di Pache, dice. Alias Mr Wiskas o comida para gatos. Pero no pasa nada. Habitualmente nunca soy así, responde, acomodando la gasa en el vaso de plástico que trajo de recepción, a la hora de mis remedios. Her soul slides away, pensé. O no se. Lo que sí se es lo mucho que tuve que concentrarme brutalmente en hacer a un lado la súbita alegría de sentir que, finalmente había llegado el día y entonces por fin Dragon Z Ball se ubicaba ahí, justo frente a mí. Apoyo sus muletas al borde del pizarrón, se sentó, y repasó bien sus apuntes antes de lanzarse a hablar. Y claro que no voy a entrar en detalles acerca de la papanata disfrazada de ejecutiva workahólic de la palabra que contó con el honor de presentarla (pavada de desperdicio), a cambio de un voto. Qué manera de especular ¡por Dios! Sigo. Signada por el entusiasmo de un comienzo apagué el teléfono a modo de no escuchar. Cerré la cartera y entonces por fin sucedió. Doblando el cuello y entre todas las cabezas que nos separaban logré verla, acomodándose entre sus renglones y tomando las letras por las astas para arrancar cobijando a sus oyentes con todas sus palabras en un: -Atención. Voy a contar un lapsus. Mucho se comenta en estos edificios acerca de mi relación con Lacan, mejor dicho, quiero decir, que es cierto lo que se comenta: tuve la suerte de conocerlo. Y ante el asentimiento de la audiencia continuó: -sabrán entonces que fui convocada para su último seminario en Caracas. Sin entrar en detalles, lo cierto es que permanecí unos días y a la hora de regresar, buscando en mi sobre de mano, caí en la cuenta de que había perdido el pasaje de vuelta*… Imaginarán que en ésa época no había pasajes electrónicos y tampoco para entonces, nada se solucionaba con un click. Un pasaje salía mucha guita en ésa época además, imaginate. Entonces ahí estaba yo, con todas mis dudas en el aeropuerto y Lacan, tan él, definiendo con un: ¨dese cuenta Diana, usted quiere quedarse…¨ Y tenía razón. Mi olvido lo decía todo. Claro que esto fue hace 30 años, aunque a veces creo que si nos viésemos de nuevo, a pesar de tanto tiempo aún nos reconoceríamos. Y era lógico: tan arduo había sido mi trabajo para que me acepte entre los suyos…/ Después se detuvo en la palabra letra en francés. Palabra que no recuerdo y que jamás podría traducir por que tal como dijo aquél, mi letra no hace escritura (y es que no para de hablar.) La conferencia prosiguió con la retórica acerca de los pagos del analista y en un suculento arrebato teórico que realmente no podría repetir (me quedé dormida) y entonces recordé los teóricos de la mañana en la facultad, ahí donde vivíamos esperando que todo terminara de una vez. De repente bostecé, y entre los dedos de mi bolsillo, asomo imprevisto el souvenir-recuerdo de uno de esos tantos eventos de la obligación roscosa. De una me alegré. Salvada por la costumbre y a modo de consolarme (a la heladera no le vendría nada mal un imán nuevo, después de todo), volví a prestarle atención a lo mío. Para cuando desperté, concluyó apoyando el micrófono en la mesa, buscando insistentemente al tipo de barbita de frente sudada. Dejó de hablar y lógicamente acto seguido las luces se apagaron. Mientras una fanática de rulos se acercaba a pedirle un autógrafo, junté lo que pude del coraje retumbante en mi pecho, levante la mano conteniendo el ahogo y esperé ahí, con la mirada posada en ella, a que recibiera las ondas expansivas. Alzando sus cejas incorporé mis hombros hacia delante, interpelando: -Dígame Diana ¿Buscar un sentido es buscar un pasado? -Puedo decir que después de mucho tiempo, me dejás pensando. ¿Vos crees en Dios?, respondió. – Sí. Me acaba de vender un pasaje para El Calafate, arremetí. –Haces bien: `el que come Calafate siempre vuelve´…
Cuando salí, llegué a planta baja de un soplo. El ascensor se abrió trayendo consigo el alivio consecuente. Encendí el celular. Al rato cayeron dos llamadas perdidas y un mensaje de mi jefe: Cas, anoche tuvimos que cortar la luz en la oficina para reiniciar los servidores. No te asustes si mañana la alarma está desactivada. Está todo bien. Yo llego a las 10.
Claro que para ese entonces yo recién llegaba a la oficina. Trotando por las calles, cual caballito de calesita en plaza, fui aprehendiendo de a poco a llegar a mi tiempo. Empuje la puerta y escuchando la voz del ascensor suspiré. Subí, me peiné un poco con los dedos y entonces pude reconocerme transpirada, en sus paredes espejadas, cuando mirando hacia adelante, pude ver casi, todo lo que iba dejando detrás. Otra vez las aureolas debajo de los brazos en las remeritas, pensé. Soy mi sínthoma y tengo sentido. (Al fin y al cabo la puerta había resultado mas pesada*que imponente.) Algo frágil... Y de vidrio.
Imaginaran que no fue fácil desprenderme de tantas escenas; sobre todo cuando al entrar a la oficina encontré –al fin- la alarma desactivada. Entré sintiendo que iba a poder liberarme, (a cambio claro), de permanecer encerrada por un rato. De última si vienen los ladrones, atenti al giro, me escondo debajo de la kichinet y sanseacabó. Aunque, pensándolo bien, tal vez no sea que se cortó la luz; tal vez caí en una trampa y quien te dice al fin y al cabo, eso es el amor. ¿O no? Fue entonces cuando preferí bajar y esperar a que llegase el primer energúmeno de todos los consultores únicamente para volver a subir, esta vez, protegida. Sin embargo, algo sucedería en el medio. Llame a mi jefe, quien, al no responder, no me dejó otra alternativa que irme ya sin esperarlo. Después de todo, no todos los días una tiene la posibilidad de conocer a sus ídolos y para eso, claro está, tenía que llegar lo antes posible. As Soon As Posible. Y así fue. Qué loca situación. La facultad se encontraba repleta, con olor a plaza Italia; así como una fiesta antes de ser estrenada. LLena de pancartas y de recomendaciones (había elecciones, viste.) Demasiado rosa ahumado alrededor de tanto tipo vago, adornado de barbita desprolija, sudando la frente a cambio de entregar el micrófono. Si es por mí, debo confesar que me sorprendió encontrar un lugar en la parte de adelante de la cola y, al caer en la cuenta de que tendría que entregar (además) mi nombre (a modo de llenar uno de esos diplomas que te otorgan por asistir a un curso), recorrí todos los personajes que me rodeaban (con el fin de elegir uno), para cuando al escuchar su voz llamándome logre al fin recordarme, otra vez. Enseguida se acerco haciendo a un lado a los unos y a los otros y (mientras me contaba lo mucho que le había divertido mi comentario sobre su muro), fuimos solapadamente llevados al borde del pasillo por una especie de ola gigante de gente que poco a poco se fue desplazando haciendo espacio ante la llegada de la docente estrella. -Ahí está el gran otro, dijo. Y me miró. -Esa es? Está hecha mierda, contesté esquivando su mirada y sin dudarlo -No la conocías? ¿Vos no la conocías? -Jamás la había visto. ¡And that don´t mean a thing, Carmelo! ¿Entramos? (lo apuré) Hey! ¿Sos loco vos? Qué me empujas, pibito; correte hacélfavor. Ahora sí: el aula 16 estaba cambiada (olía distinto.) Para no sentirnos protagonistas decidimos ubicarnos en la segunda fila. La misma que luego del intervalo (y a causa de la demanda de los espectadores, tal como nosotros) se convertiría en la décima. Automáticamente comencé a saludar mirando a cámara y entendí que ya no sería lo mismo: sus palabras volarían; serían retransmitidas al aula mayor para las 500 personas que permanecerían fuera, al llegar tiempo después o pasadas las 19.45hs. Entonces todo por un instante fue distinto: nos encontramos siendo otros y sintiéndonos unos privilegiados (por un rato) -Ahí viene ¿Estás nerviosa? -¿Nerviosa yo? Callate, Juan. No me dejás escuchar! Hace silencio. –Sí. –Prometémelo*. Y así comenzamos. Parecía que le había costado muy poco empujar las puertas del aula con sus muletas gastadas, espiando por las ventanitas para entrar y poder así, acceder a su audiencia. Si pudiera definirla, diría que es la mujer lámpara y hasta más que eso. Vestida de negro por su tapado ondulante, pañoleta de arabescos violetas combinados de amarillos al cuello, y mucha sombra color cielo en unos párpados enmarcados por sus pestañas. Sus manos eran un espectáculo aparte. Regordetas, me detuve en la línea de su vida. Esa misma que, para cualquiera a simple vista, dibujaría la mitad de una sonrisa tan mofletuda, que parecería eterna. A lo largo de su brazo correteaba una de esas pulseritas tipo acrílico, símil gelatina verde sabor manzana arenosa, de gusto color shampoo, rellena a trozos de fruta, o algo así. El pelo todo hacia arriba, así como si la hubiese agarrado un soplete por la calle, o como si permaneciese colgada, al revés. Parecía Morita, la enfermera con extensiones brasileña a cargo de la sala de terapia intermedia; la de los días Domingos, te acordás? La misma que para decir amor, me cambia la o por la ü. (¿Viste eso? Por entendernos es que nos sobran las palabras) Y todo por la culpa del Dr Di Pache, dice. Alias Mr Wiskas o comida para gatos. Pero no pasa nada. Habitualmente nunca soy así, responde, acomodando la gasa en el vaso de plástico que trajo de recepción, a la hora de mis remedios. Her soul slides away, pensé. O no se. Lo que sí se es lo mucho que tuve que concentrarme brutalmente en hacer a un lado la súbita alegría de sentir que, finalmente había llegado el día y entonces por fin Dragon Z Ball se ubicaba ahí, justo frente a mí. Apoyo sus muletas al borde del pizarrón, se sentó, y repasó bien sus apuntes antes de lanzarse a hablar. Y claro que no voy a entrar en detalles acerca de la papanata disfrazada de ejecutiva workahólic de la palabra que contó con el honor de presentarla (pavada de desperdicio), a cambio de un voto. Qué manera de especular ¡por Dios! Sigo. Signada por el entusiasmo de un comienzo apagué el teléfono a modo de no escuchar. Cerré la cartera y entonces por fin sucedió. Doblando el cuello y entre todas las cabezas que nos separaban logré verla, acomodándose entre sus renglones y tomando las letras por las astas para arrancar cobijando a sus oyentes con todas sus palabras en un: -Atención. Voy a contar un lapsus. Mucho se comenta en estos edificios acerca de mi relación con Lacan, mejor dicho, quiero decir, que es cierto lo que se comenta: tuve la suerte de conocerlo. Y ante el asentimiento de la audiencia continuó: -sabrán entonces que fui convocada para su último seminario en Caracas. Sin entrar en detalles, lo cierto es que permanecí unos días y a la hora de regresar, buscando en mi sobre de mano, caí en la cuenta de que había perdido el pasaje de vuelta*… Imaginarán que en ésa época no había pasajes electrónicos y tampoco para entonces, nada se solucionaba con un click. Un pasaje salía mucha guita en ésa época además, imaginate. Entonces ahí estaba yo, con todas mis dudas en el aeropuerto y Lacan, tan él, definiendo con un: ¨dese cuenta Diana, usted quiere quedarse…¨ Y tenía razón. Mi olvido lo decía todo. Claro que esto fue hace 30 años, aunque a veces creo que si nos viésemos de nuevo, a pesar de tanto tiempo aún nos reconoceríamos. Y era lógico: tan arduo había sido mi trabajo para que me acepte entre los suyos…/ Después se detuvo en la palabra letra en francés. Palabra que no recuerdo y que jamás podría traducir por que tal como dijo aquél, mi letra no hace escritura (y es que no para de hablar.) La conferencia prosiguió con la retórica acerca de los pagos del analista y en un suculento arrebato teórico que realmente no podría repetir (me quedé dormida) y entonces recordé los teóricos de la mañana en la facultad, ahí donde vivíamos esperando que todo terminara de una vez. De repente bostecé, y entre los dedos de mi bolsillo, asomo imprevisto el souvenir-recuerdo de uno de esos tantos eventos de la obligación roscosa. De una me alegré. Salvada por la costumbre y a modo de consolarme (a la heladera no le vendría nada mal un imán nuevo, después de todo), volví a prestarle atención a lo mío. Para cuando desperté, concluyó apoyando el micrófono en la mesa, buscando insistentemente al tipo de barbita de frente sudada. Dejó de hablar y lógicamente acto seguido las luces se apagaron. Mientras una fanática de rulos se acercaba a pedirle un autógrafo, junté lo que pude del coraje retumbante en mi pecho, levante la mano conteniendo el ahogo y esperé ahí, con la mirada posada en ella, a que recibiera las ondas expansivas. Alzando sus cejas incorporé mis hombros hacia delante, interpelando: -Dígame Diana ¿Buscar un sentido es buscar un pasado? -Puedo decir que después de mucho tiempo, me dejás pensando. ¿Vos crees en Dios?, respondió. – Sí. Me acaba de vender un pasaje para El Calafate, arremetí. –Haces bien: `el que come Calafate siempre vuelve´…
Cuando salí, llegué a planta baja de un soplo. El ascensor se abrió trayendo consigo el alivio consecuente. Encendí el celular. Al rato cayeron dos llamadas perdidas y un mensaje de mi jefe: Cas, anoche tuvimos que cortar la luz en la oficina para reiniciar los servidores. No te asustes si mañana la alarma está desactivada. Está todo bien. Yo llego a las 10.
Claro que para ese entonces yo recién llegaba a la oficina. Trotando por las calles, cual caballito de calesita en plaza, fui aprehendiendo de a poco a llegar a mi tiempo. Empuje la puerta y escuchando la voz del ascensor suspiré. Subí, me peiné un poco con los dedos y entonces pude reconocerme transpirada, en sus paredes espejadas, cuando mirando hacia adelante, pude ver casi, todo lo que iba dejando detrás. Otra vez las aureolas debajo de los brazos en las remeritas, pensé. Soy mi sínthoma y tengo sentido. (Al fin y al cabo la puerta había resultado mas pesada*que imponente.) Algo frágil... Y de vidrio.