domingo, 20 de mayo de 2012

Pitucones en mis codos


¨ A veces la gente merece que le recompensen su fé (...) Creo que nuestro destino es hacer ésto, eternamente.¨

The Dark Knight Rises

*Acá hace tiempo que me viene haciendo falta una onomatopeya. Y sí: todo cambió en nuestras vidas a partir de la llegada de Aníbal. Niño mimado de las domésticas del Royal, junto a él llegan las correspondencias del día, las facturas a mi nombre por ejemplo, y como si fuera poco, los postrecito marca Serenito Edición Limitada para la famélica del 5to que, -si me preguntan a mi-  para mi que se deformo a propósito aunque ella insista en que lo hace queriendo. Como sea, ampliaremos. Un beso Gladys, delicia. Te veré luego, repetimos cada vez, antes de ingresar al recinto, momento en que Anibal nos reparte la variedad de panfletos de los lugares modernos del barrio, esos que ofrecen así, como sirviendo al autobombo, el locro del 25 a modo de comidas caseras. Otra cosa es que con Anibal llegaron las añoradas Billiken que nunca tuve, mas la revista de los genios de los días jueves, en donde lejos, mi juego preferido, era ese de unir los puntitos siguiendo los números hasta que se te formaba el dibujito ¡Y que desilusión aquél caballo blanco! Cornudo. Anibal ama lo que hace y yo, cada vez le recuerdo quién es al decirle: - Hola Anibal, buen día. (Es la parte en que desfilan mis ojos desde las líneas en su frente, soportando cierta inhibisión en su mirada al posarme en su camisa blanca, para terminar así, reconociendo mi rostro reflejado en sus zapatos más brillantes que lustrados cada vez -que él hace- que una puerta se abra ante mi) Tarro amarillo de letras azules en mano -franela mediante- el lustra picaportes y yo, apenas coexisto entre sus modos, diversos y simultáneos.  Una silla de plástico, una mesa con rueditas haciendo juego y una pila de libros que, cercanos al Larousse cual ajos vencidos, ocupan el escritorio que él poco a poco,  día a día fue construyendo a la altura del portero eléctrico o a un tanto más, de mitad de la pared hacia arriba. Además de todo, deja relucientes las cerámicas de la entrada y el otro día, verifique con mis propios ojos que es capaz de subir una escalera de hasta 14 escalones, con tal de cambiar la dicroica que enciende justo-justo, al abrirse la puerta doble hoja del ascensor. Fundamental lo suyo. ¡Y es que hasta mueve los barrotes que traban el ventanal del balcón! Entonces yo practico y me hago la que fumo y, si me da la tos no importa: dejo que solitas caigan mis lagrimitas total Anibal es ciego, y nunca me ve llorar. A él le conté el secreto de lo que venía esperando hace meses. (Y me aprovecho total, nunca veo lo que el mira y ni siquiera a esta altura se si sabe, o le dije, que compartimos el mismo lunar en el mismo lugar, ahora que pienso) Lo que importa yendo al hecho, es que todavía no recuerdo si eran las vacaciones de invierno o el cierre de la vigilia pascual, continué. -¿Vacaciones de invierno? Qué antigüedad, sancionó deslizando el barral y moviéndome el encendedor bajo su suela derecha, asi como arrimando. Entonces fui generosa y poco obediente: me agache, lo recogí y atravesando el portal, nos encontramos en el balcón.. - Vos deberías fumar a pipa ¿Me seguís Anibal? - Claro - Te resumo. Estás ahí? Te decía, el punto es que al darme vuelta, buscando la casa mire hacia abajo y -siguiendo el sonido en lugar de regresar- me detuve en la cucha y claro, tentada, no pude más que seguir sus huellas. Esa noche había pasado algo. La foster estaba rara - ¿La foster? - Melaña sí, la foster de mi madre. Insistí mil veces a José Luis con ir a verla pero no había caso: el tipo permanecia noche y día sumergido en la bañera, jugando a ser acuaman, fascinado con sus antiparras nuevas que lo hacen verse todo mas grande, según él. Me recuerda a mi de chica. Sola entonces, no me quedaba otra: esa noche su metamorfosis se adueño de mis latidos y otra vez, Anibal ¿Te das cuenta? Tal vez mañana sea el día, pensé y así fue que me estrujé esa madrugada tras la persiana y así, de prepo, me cole y aparecí en el bacón ¿Qué me contás? Agachándome, sigilosa y persuadida por la intriga, me basto el brillo en sus ojitos para chuparme los dedos y humedecer sus lagañas, jugando a hacernos cosquillas. Entonces besé sus cachetes flacos y la felicité ¡Al fin sos mamá!, solté. Después lógicamente le arrime la placenta para que la pueda oler bien y, al ver que la deshechaba corri adentro y la frisé, por las dudas. Al regresar, una pizca de meconio con olor a vida decanto en esperanza y al ratino nomás, llego el momento culmine de alzarlos a ambos (uno en cada brazo) al grito de la buena nueva: Miren todos: llegaron los hermanos! A ella, que era la más pequeña aun habiendo nacido primero, la llame Mesopotamia. De ojitos achinados y hocico corto, se la vé tan distinta al resto... Permanecia casi siempre con la vista hacia abajo y desde ahí, jugaba a hacer equilibrio entre las raíces de los árboles que emergían de la tierra del jardín de su casa. El circuito siempre era el mismo: se empecina en treparlos, luego se cae y vuelve. Un poco guasa para sus necesidades, es cierto que suele eso que dicen acerca de que suele ser vilenta y tierna y para mí que se cree paloma, quereésquetediga le dije un día, a Jesús. - ¿A Jesús? - Sí, el marido de Elvira, mi vecino del fondo. Los viejitos pasa de uva que vivían a sopa de arroz, sopapeados por el hambre mientras los hijos se hacían la Europa a 5 cuadras. Hacéme acordar de avisar a la administración que el aire acondicionado gotea. Sentís? Me entró en el ojo; además hay que conseguir un botellón mas grande. Sigo. A él, tardamos un poco más en poder nombrarlo. Es que mi madre y sus manías Anibal, si la vieras... En una primera instancia lo llamo Saadi, en honor al político famoso. Ubicas? Pero parece que algo la hizo dudar y, basándose en el parecido, optó por llamarlo Vicente. De hocico tipo zopapa y de bordes en la boca cual repulgue de empanada de humita, Vicente, a diferencia de Mesopotamia, era prácticamente negro (salvo por los 2 puntitos color caramelo que posaban sobre sus ojos, a modos de cejas perrunas, o algo así. Con los ojos abiertos, parecía tener 4 ) Ella en cambio negra de base, florecía en sus manchas blancas y en alguna que otra color té con leche. A simple vista, era un tanto mas silenciosa y superficial que él. Y es que él en el fondo, era el autista perfecto de su propia queja; el mismo que padecía a troche y moche los apretujones  modo mimo de cuanta vieja insoportable que, paseando por la avenida 3, lograse sacarlo de prepo de mis brazos (o en su defecto de los de mi madre) y le estirara los bigotes, apretujando sin pruritos, sus adorables cachetes plastilinosos. En ésta parte Vicente solía sentir vergüenza ajena. Guau perrito, habláme. Y dale. Le hacía mal el contacto con la gente y entonces con él, nos entendimos enseguida. Sin tí no soy nada, le susurraba casi silvando y de frente a su oreja, derecha. Y no recuerdo si era Pascuas o vacaciones pero lo cierto es que hacía un frío de esos que te meten todo hacia adentro.  Por suerte fui expeditiva: para viajar ni siquiera empaqué ropa. Tan solo una caja de cartón, un trapito bordado ilegible y ellos dos, acurrucados adentro. (Mi madre insistía en que les diese calor, rodeandolos de papel de diario, hecho bollitos. ¨Efecto nido¨me dice, cada vez que la perra se calienta y según ella, ¡solo busca un pito! pero yo jamás pude. Sería incapaz de arruinar sus notas.) ¿A dónde quedó el encendedor, Anibal? Y resulta que tuve que agacharme otra vez. Los encontraba siempre escondidos, perdidos en el espacio: rodando debajo de la cama entrelazados, revolviendo mis chinelas de toalla o o mordiaqueando, también,  las nefastas plantillas necesarias  a mis zapatillas (las mismas que ubican a mi pie tan lejos del 6 como del 7, o de todos números compartidos con mi madre) No era raro, tampoco, pasarme las horas viéndolos entretenidos, afilándose los dientes con la esquina de algún libro abandonado durante día, o jugando simplemente a la mancha, entre sus propios escrementos. De hecho si lo pienso, fueron ellos quienes, empañando los vidrios del auto con su aliento y a upa mío, tuvieron toda la paciencia si no podía prestarles atención, mientras me enseñaban a escribir las primeras letras y porque no, a practicarlas en la ventanilla cuando por fin, a veces, el tránsito está lento... Y es que Vicente y Mesopotamia eran felices con lo que tenían, y solo pocas veces se animaban a pedir algo más, aparte de lo que les daban. Te noto pálido Anibal. Puede ser? Al baño no? En casa por ejemplo, el helado siempre lo repartía el león felino de papá. y por supuesto que nunca dejo de preguntarle a cada uno acerca de sus gustos preferidos. ¡Y cómo me frustra que el pote sea todo blanco! (Aún si tienen distinto sabor.) Aunque por suerte, desde que están ellos, todo en casa es diferente: principalmente logramos compartirnos los restos del pote sin discriminar la cuchara ajena (disimulando siempre la aceptación al intercambio, eso sí). Hasta a veces si te decuidás, se dejan caer ambos adentro, uno sobre el otro y viceversa, y resulta que te gruñen como locos si intentas moverlos por adentro de su casita de telgopor. Los dientitos de ellos duelen como la san puta y si los pones arriba de la mesa, enseguida patinan mas alla de sus garras mientras lamen a lo loco el fonde el plato del bistec. Así, cada rincón con ellos es un palacio, le decía a papá. Vicente y Mesopotamia hicieron de mi tiempo las mas lindas vacaciones, sabés? Y mirá Anibal que la costa en invierno se pone fría, fría de verdad. Mas en esas casas de verano de Necochea, con chimeneas y leña color mojado seco viste, de tanto llanto al purgarse el cielo la humedá. Esa tarde la casa parecía un freezer y, aunque en esa época no existían, a veces pienso que ni el split de mi oficina en esas circunstancias, hubiera logrado templarnos entre todo lo soplado. Escarcha total, la cuestión es que no se si mi madre o quién se encapricho con ir al centro y, claro estaba para ello, ellos tenían que permanecer solos en la casa, entre los leños. Dimos 2 o 3 vueltas que las sufrí mas que el tren fantasma todavia y, para cuando regresamos todo era un desatre. La madre tiritaba cual elefanta resfriada, tumbada por el frío. ¿Y dónde catzo andará, el bolita que la embarazo? me pregunté, comiendo lo que quedaba de la media tostada, dada vuelta sobre la mesa y humeda en su mermelada, siempre de durazno. Miento: a veces de ciruela, también  ¡Pero nunca de frutos rojos! Esos quedaron reservados en mi planta de moras :) Sigo. Debajo de la madre, casi aplastada, yacía Mesopotamia. Y pensar que solo la quería abrigar. Murió con cara de haber sido muy feliz, podés creer? - Esto está medio desprolijo pero sí, te escucho - Pobre perra, nunca se quejó de nada. A un costado, Melaña rompía las hojas de papel diario acercádoselos al hocico, agonizando de la esperanza, mientras mi madre cooperaba ayudándola a romper y olvidándose por supuesto de sus notas perdidas, en alguna que otra página de tinta borrosa ahora.... En ángulo recto a ellas 2 y a los pies de mi cama, Vicente hacía sombra por fuera de la escena de una madre, desesperada en poder despertar a su única hija. ¡Qué desolación! pensé, y enseguida corrí a los brazos de papá. No podía tragar saliva de la angustia. Con la lengua seca, subi los escalones, los dos escalones, me apoyé en la barra y dije: cuando llueva acá se va a caer el cielo con nube y todo. Quería volver a tomar aguaras; la miraba a Meli y ella nada.  Creo que fue la primera vez que vi a una perra llorar. A ella se le mojan las pestañas y le queda la gotita en la punta, a diferencia mía (lo mío en cambio, va todo por adentro del ojo). Aferrando mis manos sobre la barra naranja, fije la vista en la lámpara redonda y blanca y entonces listo: con los antebrazos apoyados y colgando, solté mi peso y me deje caer al piso. -Tierna imagen redentora - Es que quería pesar hasta arrancarme los brazos que, en definitiva, ¿Para qué los querría ahora? ¡Ahora que ellos ya no estaban! De rodillas, pude sentir el llanto acumulándose en mis pómulos.  Mis brazos extendidos, el cuerpo suspendido y la heladera detrás. Nunca más voy a volver a comer, pensé girando mi cabeza cuando por fin la vi subir. Un, dos escalones y su voz: - vení, apoyate vos que siempre hablas para adentro y escuchalo. ¿No sentís? - Sí mamá, le dije, mirando sus ojos. Late. En ése momento se cayo la boca, lo acomodó entre mis brazos y se fue derechito al horno. - Cuando yo te diga lo metemos adentro. Va a renacer, dijo. Y de repente ese alivio que se desprende en mí, en cada una de sus certezas... Es casi como cuando afirma que si rebobino el VHS haciendo play, voy a rayarle las pocas imágenes que le quedan de sus películas preferidas... Entonces me quede dura, con él sobre mi pecho, acercándolo despacito- despacito... - ¿Y qué paso? - Y qué va a pasar, Anibal? Lo obvio: lo meti adentro del horno y espere con ella, al lado - ¿Hay un tiempo? ¿Media hora? - Algo, le dije. (Y recuerdo que odie haberme olvidado mi reloj digital en la capital, sobre su mesita de luz...) - El nos va a avisar. - ¿Cómo, mamá? ¿Cómo nos va a avisar? Es Vicente, mamá. ¿Te acordás? No sabe hablar... Y lloré. - Tragáte esos mocos y escuchá, dijo, agachándose a mi lado. Y entonces sucedió: - A ésta puerta le hace falta W40, bromeó mientras la abría, recuerdo... Y continuó: - Miralo, ahí lo tenés. Entre chillidos y patitas resbaladizas brinco del suelo del horno a mis pies. Jugando a ser Heidi lo alcé en mi sweater y lo abracé despacito, como a el le gusta, sin estrujarlo. Volviste, Vicente, le dije. - Ahora se llama Lázaro, sorprendió mamá. (parece que es un tipo ciego que resucitó, según la biblia) -Otra vez con el sagunchito de miga, vos? ¿Uno solo y nada más? Así vas a desaparecer. Son un vicio Anibal, entendes? No puede ser que te comas solo uno. Convidáme - ¿Y con él que paso? - Acto seguido le preparamos un plato de Nestúm con leche tibia. Junto a mi hermano y mientras el dormía, enterramos a Mesopotamia en un proyecto insipiente de cantero. Ahí, si mis cálculos no me fallan, debería crecer una planta gigante de jazmín del país, dije, cuando enterré y sembré unas semillitas nuevas que me trajeron de regalo esa mañana, del vivero Doña Acacia. De regalo dije? Podría haber sido cerca de mi cumpleaños ahora que pienso. Lázaro por su parte, todas las tardes de esas vacaciones y de las suiguientes, cercana la hora del té, jamás olvidaba arrimarme la manguera y hasta había aprehendido, el solito, a gatillar el dispenser del sistema nuevo riego, con tal de regar y humedecer la planta que crecía en el lugar de su hermana e imaginarla así,  hermosa y florecida, mientras regaba y regaba, aún sin verla crecer.- ¿No siguió en esa casa? - La regó todo lo que la lloró. No, sabés que no? Años después se alisto como cuidador de un playón de estacionamiento que dependía de la policía del pueblo. Turrito de alma y guardián de vocación, era el último en mear las siempre verdes del alambrado, para luego tumbarse a dormir la siesta a la sombra de su árbol, hasta que llegaban las siamesas de los Falcone y lograban despertarlo despacito, ronroneándole el lomo, cercanas las 3.- ¿Envejeció? -Mucho. Imaginate que vivió 20 años más que ella. Auque probablemente, tal vez en su universo fueron 2 semanas, dos semanas de invierno, de otoño, me confundo... nosé. A veces cuando vuelvo en los veranos, si se me cruza paso por ahí a saludarlo. Entonces suelto el pañuelo de mi cuello empapado en Anais Anais, y apenas toco el portero que da a la entrada al playón, no es necesario que el sereno me abra del todo, para escuchar los pasitos cortos y rápidos de Lázaro hacia mí  (de tanto que me hacen falta, claro.) Cerraste todo, Anibal? - Todo menos el candado del barral que da al balcón. Es que perdí las llaves, te conté? - No me digas; no va a quedar otra que preguntarle a Gladys entonces... Como sea es una divina le dije guiñando un ojo... Y sonreí.

A veces siento la certeza (o algo parecido) de que si no fuese por Anibal, jamás podría yo, sola, salir de la oficina a cualquier hora. Solo me cancherea cando bajo y me faltan 2 minutos para que me cierre el banco de la vuelta. De todas formas, cada vez que lo nombro se pone colorado ¿Les conté? Como cuando le digo gracias o le pregunto que qué tanto lee el ahí, sobre esa mesa berreta, de plástico y manchada, encima. Es la parte que se sonroja y arrugando la frente baja la vista de la nada y me pide casi tiritando de los nervios, que le sostenga su bastón, blanco. Tranquilamente podría ser mi socio. De qué nosé, pero éso es lo de menos. Resulta que mientras sostengo su bastón entre mis manos, al ratito sólo camina 5 pasos sin tantear las paredes, y entonces ocurre lo que ya era previsible de memoria: encuentra el timbre, lo toca, y haciendo contacto con la puerta me deja pasar al fin, a mi primero.

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