sábado, 2 de marzo de 2013

Sin Temores

He traído
un pedazo de otro tiempo,
espacio colgado
de amarillentas cortinas,
encajes de bolillo
guardados, cuidadosamente
guardados en cofres
de cuero repujado.
Lo traje quieto,
casi apolillado
esperaba que alguien
deteniendo sus apuros*
se quedara mirando.
También abrí un patio
en el planté
una malva,
un romero,
un laurel blanco
el clásico clavel
y la gardenia.
Una vez que florezcan
besare tu espalda,
frotando la piel con sus perfumes.
Así tal vez poder desprendernos
del mundo incluido en los cuerpos
y serás mi amigo
y serás mi amante
sin temor a morirte
en cada abrazo.



Y es en un instante asi
en que deseo
ser un poco
(aunque sea solo un poco)
parte de tus partes.

En Circunstancias, de Inés Williams Fleitas.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Promesas cumplidas

Mis hebras han mutado y yo intentándole a las notas matutinas. Tampoco se cuanto tiempo tuvo que pasar, hasta que por fin tuvimos un programa hacia donde movernos (You Know I Love U babe). Lo que si sé, es que la idea inicial consistía en ir a cenar a Las Cholas pero finalmente resultó ser Las Cabritas. Esta vez, era demasiado el tiempo sin vernos y, aunque ensamblados, andábamos con lo puesto así, sin buscarnos para encontrarnos en cada salida. Continuando por el borde me colé en el bolsillo de la mayor y salí (es claro que acá, sola no puedo) y entonces acurrucada y semienvuelta en el papel de aquél Butter Toffie cobre café (no el de Lemon Pie, vale aclarar) entre chistes fáciles y trotes a destiempo, fui despertando ganando apetito. Todo sea por el aroma a provoleta y los colores de las dos bochas del helado y que quilombo elegir 2 entre los 4 para los gustos del postre, sobre todo cuando todavía, no desayuné. Y una vez más la monedita de 25 dando las vueltas junto a la otra de 10, y panza abajo la de 5, fija. El lugar esta vez contaba con la gente suficiente. Iluminado de a velitas y antorchas, nos ubicamos en la planta alta, coincidiendo de laderos con un par de chicos muy mirones para mi gusto. Y hay algo del toldo aparador que me levanta en estos lugares. No se qué. El asunto son las mesas: hay crayones en canastitas y mantel de papel para los chicos, pensé mientras escribía, haciéndole el jueguito del relieve a mi nombre. Ella frente a mi,  estaba abatida, piltrafa. Ella acá y su casa ahí, vaciada ya, de docenas de cajas de cartón, embaladas por éstos tipos, los profesionales de las mudanzas que te dejan el afecto concatenado siempre, a la silvertape. El error fue mío al recordarle lo del vaso de agua que él le había pedido, sediento, al finalizar la caminata de Palermo a su hogar, sin siquiera advertir ambos, que a veces, hay metas (en la vida) aparte de abrir una caja, aunque la caja, cubra los 6 estantes del cementerio de la biblioteca y re decore, en su hazaña,  la osamenta de la bandeja de plata, portafacturas vencidas. Y todavía no sé si lo de que abra los ojos fue una excusa a mi sadismo leve o qué, pero en cuanto desenvolvió la manteca, raspó el papel plateado y entonces sí: le pase la sal (pero no en la mano eh). Es la parte en que ella se balancea a los costados y zarandeando sus hombros posa la manito abierta sobre su corazón. No puedo creer que me esté pasando esto y encima te tengo que aguantar a vos, susurró. ¿Qué me miras así? ¡Cortala con las monerías! ¿Dónde está el mozo? Y así empezó. Con la catarata de recuerdos acerca de los lugares que con él habían ido y que ahora le daban frío, a partir de una ausencia tan desmedida como indiferenciada. Yo no sabía que hacer, imagináte; y es que ya le había contado mil veces la historia de mi nacimiento, y también todo acerca del súbito anhelo de un par de mocasines rojos y, como si fuera poco, también estaba al tanto de aquél cuento dedicado a mi persona y todavía no sé por qué, recordó la vez que me gane la simpatía de un fanático de Dyango, haciéndole creer que la de la foto con él, en la galería de Churba era yo. Algo así como cuando dijiste que la del cuerpo de los jeans digitalizados de la propaganda de Shakira era tu mejor amiga y abrazaste el sentido de tener a alguien a quien ofrecerle algo, una anécdota, o un jean, qué va. Lo que sí tengo que hacer cuanto antes es ponerme una agencia de solos y solas o tal vez ser psicóloga y dedicarme a las parejas le dije, acomodando el chaleco detrás de la silla renga. Y tuc tuc qué mal me sale el sonido, mientras voy y vuelvo ¿Y vos qué dibujas? Espirales sueltos nena, contesté, y alzando la vista solté el crayón, para hacerle espacio a una anciana que, toda vestida de rosa, arremetía con su andador luchando contra ese piso, símil peldaño, de éstos paradores modernos que luce el barrio donde siempre sonrío. Dedicado a mi abuela Rosa, pensé, por ser en mi, pura intención de recuerdo. Entonces corrí la mesa y voló el papel. La mujer amablemente engroso los cachetes matizando en el gesto una especie de agradecimiento y se sentó, desplomada, sobre una silla diferente al resto. Ayer busqué los lentes nuevos y me fui chocha de la vida, murmuró, mientras posaba los ojos en sus pies. La tipa soltó el zapato con el fin de mantener la charla previa a la enunciación del menú, mientras su mascota (o la de su hija) daba vueltas por debajo, entre todos, olvidada en libertad, fija correa a la pata de la mesa, miguita de pan caliente mediante. Vos sabes que yo, de chica, siempre en la playa me sentaba a la sombra de mi madre y claro, se me complicaba... - ¿Por? - Por las sombras de esas sillas de los balnearios; a liñitas, viste como es... Ella leía el diario o los seminarios o cualquier libro alternativo que, cualquiera fuere, sólo por estar en sus manos cobraba valor o al menos así era, para mí. Pero lo leía de verdad, quiero decir, no como yo que me leo solo los espectáculos. - ¿Y mientras tanto vos? - Me la pasaba disfrutando de mi resignación, o hacía en todo caso de mi resignación, lo mejor que podía. O lo mejor que tenía ganas. Éso. Entonces sentadita en la arena, me concentraba en aguantarme el culo caliente, un jueguito, viste? Mientras que con los talones, surcaba caminos imaginarios donde el recorrido era variado (y es que podía abrir y cerrar las dos piernas a la vez) - Me estás dando escozor - O también podía dejar una pierna dura hasta quedar tipo palito de la selva, rosa de un lado y blanco del otro, mientras que con la otra dibujaba, taloneando en zig zag subeibaja subeibaja. Lo mejor de todo eran las curvas cuando la arena ya estaba húmeda y entonces al fin, estirando las 2 piernas juntas, alzaba la vista y entonces todos ya estaban ahí. De todo el grupo, nosotras éramos las más chiquitas, hermanas de dos líderes opuestos pero igualmente respetados, nos tenían fichadas desde siempre y por algo éramos las únicas sin permiso para salir a la noche, a diferencia del resto de la barra.  Como si fuera hoy, recuerdo el día en que me levanté y, sacudiéndome la arena del traste, caminé hacia la orilla, pleno 1/2 día, haciéndole el aguante a la planta de mis pies. - Hola, soy Cas , le dije, asicomomesalió.  - Soy Amanda, pero creo que ya nos conocemos desde hace mucho, respondió. Y era cierto: Amanda no mentía. Años enteros habíamos pasado, escondidas tras las carpas, espiándonos siempre, o en los vestuarios los pies de la rodilla para abajo, a través de las puertas de madera o de los palotes que sostenían la cancha de voley, dividiendo al balneario en dos. 25 carpas de un lado y 25 del otro. ¡Hay equipo! gritaba Chirola (¿Chirola?) y las dos nos mirábamos a 50 metros de distancia. Y entre otras cosas yo quiero saber qué es la aqua marina. Mi segundo nombre, respondió. A mi me gustaba su hermano y el amigo, y también, claro, el amigo de su hermano. Entre los dos (y lógicamente sólo a modo amoroso) elegí al amigo y el resto lo ofrendí, como pude, con la promesa absurda de volverme la hormiga mas demoledora si alguien cualquiera viniese a molestarlo. Mi hermano en cambio, era la estrella entre sus dos hermanas mayores y, si bien siempre tuvo preferencia por la rubia, con los años, sólo con los años, le fue posible formar algo con la morocha, una vez teñida... claro. Como sea, Amanda y yo teníamos algo en común: tal vez esas notas que unifican a las distintas versiones que surcan el recorrido hecho sombra entre el castaño siempre oscuro y ese blondo único, más logrado. ¿Qué querés ser cuando seas grande? Yo quiero tener un Porsche dijo, canchera, cuando yo ni siquiera sabía lo que era eso. Y qué hacemos, cuando el valor de lo que tenemos ya lo tenemos, y es que un día alguien lo puso ahí, y, para retribuirle, el saldo que nos da, nunca alcanza para el acuerdo y ni siquiera, aunando antologías. Apenas en cambio, podía imaginarme siendo cualquier cosa: vendedora de choclos o latitas envueltas en telgopor. De carpera tanto no, pero sí ubicando los coches con el trapito o licuando frutas o teniendo un kiosco al lado de la esquina para observar los ramilletes de niños cuando salen cansados y dejan reposar sus mochilas, pesadas, de tanto deber disfrazado de educación. Eso sí: todos coincidíamos en que el pochoclero y su espectáculo, mas el stand up de su oratoria era lo que sería, irremplazable. Amanda a diferencia mía, estaba más enfocada y además, siempre fue muy obediente a los dictámenes de su madre Rosario y entonces para ella, ser secretaria bilingüe era lo más. Pero no cualquiera, ella sería la mejor y aún así, a veces creo que está muy lejos de creérsela.  Fruto de una familia numerosa y de muy buen pasar, Amanda (me lo confesó enseguida) le había echado el ojo a Caco: el vagabundo más lindo del Balneario Zeus ¿Quién es Zeus? Pregunté tímida y temerosa cuando a cambio ella se lleno de palabras... La mitología conmigo a los 12 no calzaba y ahora... ahora mis dioses tan sólo descansan de la sobremesa de ayer, sin siquiera discutir por el control, entre ellos, claro, para que aparezca después donde menos imaginas... Los sillones deberían dejar de ser planos, pienso a veces. Cuestión que muy a pesar de las diferencias entre sus familias, Amanda y Caco construyeron un amor de temporadas.  Empezaron pul que pul, bolo que bolo y después todos a Colo Colo. El seguro que todavía se acuerda de sus gustos. Ella decía traje de baño en lugar de malla cuando todavía envueltas en nuestros propios remerones, la bikini se dibujaba como una opción tan imposible como lejana, a nosotras. El mascaba palitos de rama seca. De andar chueco y petizo, tenía algo en la carita parecido a mi y creo que en ése punto nos diferenciábamos de ella. Ella decía algo así como que Gabrielito y yo, hacíamos ¨la pareja¨. Nunca le confesé que era cierto y es que sus ojos que nada tenían de gaviota, pocas veces se equivocaban. Con Gabrielito asienterotodojunto, armábamos las batallas de los nombres. Me llamaba cual trueno a los gritos apenas yo ponía un pie en el caminito hecho de a tablitas de madera. Siempre le gusto la peleíta y colorada, yo, me escondía donde podía y Amanda se burlaba de mi, mientras la hacía reír. Después estaba Deborah, hermana de Gabrielito, la chica de la energía mas linda del balneario: la que si te saluda -aunque se lo recuerden- si lo hace, lo hace de corazón. Más allá se ubicaban Javier y Dante. Con Javier compartíamos el pirulín rojo y verde y esa sensación de un gusto nuevo o plus de lo combinado que le decíamos. Dante era el nerd del grupo. Siempre en la suya comiendo alfajores y de todos, era el único que no se sacaba la remera ni por asomo. El cuerpo no lo favorecía pero con el tiempo le fue poniendo toda la onda. Otro pilar indispensable era Nano, aunque de él, el no lo creería jamás. La cosa era así: La pelota se iba fuera de la línea y Dante insistía. Corriendo tras ella le enchufaba un roce, un solo roce, apenas con el pulgar. Entonces Nano, adelantado siempre, cerrando el puño ofrecía su muñeca y con eso ya está: siempre aparecía algún hermano por el costado, devolviendo el pase a otro, y ahí estábamos todos: al otro lado de la red, yendo y viniendo con todo eso, y aparte, Amanda, yo, y nuestros aplausos y/o chiflidos, siempre eufóricos, en el medio. Un día en Dixit, la wat de moda, se comieron a besos con Caco. Casi que terminamos cogiendo me dijo Amanda, con apenas trece. Esas palabras como que me dejaron retumbando, adentro de una campana de bronce y es que a mi siempre las represiones me lucían tan pero tan bien... Era esperarlos con mi amigo y la diversidad de toda su sabiduría en un cuarto de helado a la salida del boliche y entonces ellos dos. Con el tiempo él agarró otros vicios y yo me perdí, pero claro que siempre venía el año siguiente y entonces a otra cosa. Lo que sufro todavía cada vez que no regresa en su resplandor y lo mejor de todo, van a ser las noches de fogón dijo German, con la rubia al lado. Ellos por un lado y nosotras por el otro, la verdad es que German tenía algo que siempre llamo mi atención, un algo no sequé pero lo cierto es que yo no me veía con el. Es muy grande y de ojos claros, pensaba. Aunque con suerte tal vez algún día tenga un hijo y me case con él y no sé, en qué clase, Rita Coronel dijo algo así como que en el segundo matrimonio las mujeres hacemos el verdadero pase al padre ¡Y qué largo el camino a casa, papá! Y yo que todavía repito las rabas del puestito del muelle. Puaj. Me enamoré. Y menos mal que tenemos el Jeep IKA rojo, en el que aprendí a manejar, escuchando atentamente el sonido del motor, como me decía papá. Por otra parte, andaban Daniel y Andrea, o los Capsic, como les decían. Dos hermanos que arribaban a la playa con la sombrillita y esas sillitas enanas plegables, envueltos en el aura de una madre fallecida y un padre que los crió a puro amor, de chiquitos, cuando ella tenía apenas 2. El bar Tiburón era lo mas (ahora es el bar Caribe). Y al otro costado está Duck. Heidi y Marcela eran las hijas de los dueños de los balnearios ¡y cómo olvidar a los guardianes de la costa! Caramelo era el Golden pionero, amante eterno de la negra pachorra. Bandido y Alaska eran los más cariñosos: nada más lindo que verlos ir, descansando sobre el tejado, mientras busco la sal esta vez, al borde de su plato. - Tenés sed? Pedimos otra? - Light por favor. Mientras tanto, a mi me gustaría algún día, estrenar el medio mundo. Tengo pendiente eso desde que a mi hermano lo mordió una corvina en lo que fue nuestra única noche de pesca y aún así, en lugar de ocuparse de su dedo, priorizó devolverla al mar, mientras curaba su herida, salivando.- A vos al menos te mordió Cachete Overman, me dijo, mientras el hámster alzaba sus brazos, haciéndole frente a mis dedos ganándole al índice y pensar que hoy a cambio, feliz se le anima a la zanahoria entre mis manos. A Amanda le gustaban los gatos y a mi los perros. Lo bueno era que ninguna de las dos era deportista por naturaleza y claro está que por casi nada, sacrificábamos la hora de la siesta. Con el primer otoño y por cuestiones interfamiliares Amanda y Caco dejaron de verse. Y es que Hurlingham para ese entonces quedaba muy lejos. El decía que yo tenía algo de su hermanita y para mis 15, fueron los primeros que contemplé, feliz, a la hora del vals. Mitad del año y la promesa de un próximo verano, mientras Javier hace Masters en Ingeniería, Nano es Dijei y Dante el inventor de la propaganda de Geniol, aunque creo que aún hoy lo negaría, a cambio de defender su meñique y no es poco, considerando las jugadas que propulsa en cada uno de los sponsors que bancan a las criaturas del nuevo Narciso Ibañez Menta ahí cuando Soldan permanece apenas, naturalizado. Por lo demás, nuestros hermanos siguieron con sus vidas y mas allá de los dramas y las alegrías de cada uno, persisten como pueden, divididos siempre entre la red y a veces con suerte brindamos, para los cumpleaños o nacimientos. Amanda vive en USA, se caso con el hijo de un gerente general de Coca Cola: un publicista Nº1. El pibe la reconquisto haciéndole un camino de regreso a él entre cortadas, subtes, calles y avenidas cuando ella había pirado, cambiándolo por Juan, un chico amoroso, repositor de supermercados. Del dueño del balneario, el Negro Ojeda, poco se sabe. Era evangelista igual que Pablito el surfer aunque actualmente sospecho que es ateo o cambio de religión. El tipo desde el balcón de su casilla (pintada a mano por él) se dedicaba a cuidar al mar y a su perro, junto a los aspirantes a guardavidas. Y eso sí:  para los carnavales no había ser que se salvase de uno de los baldazos que el negro arrojaba trepado a su tanque. Dichosa de verlo cada Febrero, le fascinaban las viejas con capelinas y en 8 segundos era capaz de transformar a su playa, entera, en una orilla. Bombuchas de agua ¡yqué miedo me daban! Baldes de todos los colores, formas, tamaños y entonces al fin,  la arena feliz. Pasados los 10 años de la concesión vendió su playa y volvió al barrio de su infancia en Martelli para después mudarse a Munro. Ahora es un padre orgulloso de su hija, estrella radial megapremiada, de sus nietos y de toda la familia que formo y a la que convoca, cada Domingo, para continuar la tradición de los asados generosos del quincho del Balneario Zeus. Hasta donde sé, Caco por su parte se recibió de arquitecto y vive en Barcelona. A veces aparecen fotos de él llevando y trayendo bandejas con cervezas europeas. Le creció la frente y sus ojitos parecieran haber perdido el brillo desde que no ama pero no: está en pausa. El es así. Ella con el tiempo tuvo 3 hijos. De los tres, la escuché soñar con Micaela, la menor, y por lo que veo, le siguen apasionando los jueguitos electrónicos, como esos de BJ, donde siempre me invitaba aún sabiendo que soy malísima a la hora de las esquinas en el pacman pero no así a la hora de cazar la fruta... Debe ser éso, sí: es que es arisca a las fotos de ella misma, alterna entre los hijos y las mascotas y mas allá de los gatos, siempre fue fanática de las focas blancas cuando yo... cuando yo todavía me debo la foto arriba del elefante del zoo de Luján. Tuve la idea de ir todos juntos una noche a acampar ahí ¿Te conté? Ellos me miraron y en seguida disintieron. Mientras tanto, uno le decía al otro que había descubierto como cambiarle el traje a Spiderman. Disimulemos, ordenó la mujer mayor de al lado, mientras el encargado del local le estacionaba el andador bajo sus brazos, cansados de tanto codo flotante. Pedimos la cuenta y se durmió. Esto de pagar en efvo. a veces se vuelve complicado, dije, comentando suavemente en voz alta, a modo de despabilarla. ¿Querés sujetarte de mi hombro o así podes? Pregunta estúpida la mía pero qué va ser... Ella cuando sea grande va a ser la mejor vidrierista y yo... Yo quiero ser vedette o albañil. Todo sea por esos juegos en el cemento, como con los copitos de arena en la orilla, te acordás? Los castillos nunca llegaban y que lindo sería poder firmar ahí, no? Entre todos mis compas escondidos un tanto y otro no, matizados cual canto rodado o piedra libre dentro del zapato, liberada al fin, del recuerdo.

jueves, 7 de junio de 2012

Amar es

¨Nos amábamos rodando por el espacio y éramos una bolita de carne sabrosa y salsosa, una sola bolita caliente que resplandecía y echaba jugosos aromas y vapores mientras daba vueltas y vueltas por el sueño de Helena y por el espacio infinito y rodando caía, suavemente caía, hasta que iba a parar al fondo de una gran ensalada. Allí se quedaba, aquella bolita que éramos los 2; y desde el fondo de la ensalada vislumbrábamos el cielo. Nos asomábamos a duras penas a través del tupido follaje, de las lechugas, los ramajes de apio y el bosque del perejil, y alcanzábamos a ver algunas estrellas que andaban navegando en lo más lejos de la noche.¨


Eduardo Galeano, en el Libro de los abrazos.

miércoles, 6 de junio de 2012

Gueto de Pasiones

Se me cayó un Gogo. Es oscuro; lo encontré tirado ahí, a los pies del parlante. El dijo que parecía saturado pero yo no le creí nada. Ese Gogo estaba desahuciado, o, tal vez, se desmayó por la esperanza del nuevo aroma a Presto Pronta que zampa el microondas cada vez que su sonido nos inunda el olfato de finitud con el bip bip y entonces dale, 30 segundos más y ese no se qué de la aceptación naturalizada a las comidas que se calientan al revés. Intenté no engancharme en mi certeza acerca del dolor en sus cervicales y, eviteando la pena y la vergüenza ajena, en menos de un minuto, todo se volvió curiosidad. Al principio pensé que era otra de sus jugarretas pero no; estaba ahí, caído boca abajo. Yo fui testigo. Derrotado, entre mis manos se veía enorme. Entonces busqué un espacio para acomodarlo entre los otros. Entre los tantos otros que -distintos- no dejan de ser iguales. Cada uno en su color y con sus formas y con unos peinados que ni te cuento. Está el buda, el punk, la chica vendedora de panes y por detrás, ubicados estratégicamente, desfilan los amarillos. Son peligrosos: te escupen en la cara y a veces te irritan los ojos. Como nosotros, el patito siempre en la esquina y el maíz por delante de los demás, siempre primeros. Después está el de la cresta en sus distintas versiones y más acá el cornudo de color naranja. No me dicen lo que quieren pero si me piden que los acomode. Es como el idioma de los puntitos fosforescentes que se ven en la oscuridad, le contada a Eladia el otro día. Entonces ahi voy, haciéndolos girar y resulta que la cosa se pone asombrosa: sin rostro representan las expresiones más logradas y entonces por fin claro ¡Aleluya! (Interactúan entre mis dedos.) Se convidan cosas, se charlan del frío; envidian profundamente a la gente que ven pasar envueltas, en sus cuellos polares hasta por arriba de la boca ¡Y como no se van a cagar de frío así, tan taponados! Se quejan. Los soplo y no se caen y hasta a veces tambalean y -cuando menos te lo esperás- desembocan en la posición adecuada y rumbiante siempre (entre ellos). El que es único es transparente y tiene, además, como purpurina llovida en su interior. (Pasa que irradia brillos y te los deja pegados en los cachetes y entonces dos días después viene fulanito y te dice ¡tenés un brillo! y cagaste, te lo adozó y , aunque sepas que es de unos de ellos no te cabe duda, miras la porpurina en la yema de tu índice y ya sabés que eso está ahí. ¿Y ahora qué? Te pertenece. Tomá.) Pero resulta que éste, el caído, era oscuro. Y no voy a decir el color porque me bailan las chatitas sin elástico que no son mías y -a decir verdad- jamás podría definirlo. Mi papá dijo que es azúl petróleo pero no. Mi papá se equivocó. Sí. Una vez al menos, cuando creyó que yo no estaba enamorada del chico de los ojos de león. ¿Y vos? ¿Te acordás de cuando tu papá te quería? Aprovecho para contarte que no entendí tu pregunta, le contestó. ¿Ves? Ahí está otra vez el melenudo turquesa riéndose de mi. ¡Y que por el amor a los caballos que ese chico jamás deje de creerme! Nunca lo dije, pero mi único orgullo es su sonrisa, ni hablar de su carcajada y (además) lo poco friolento que puede llegar a ser cada mañana y esa cosa, que tiene, de desestimar a Mauri todo el tiempo ante cualquier pronóstico. Dejáme que me abrigue o que me vaya desabrigando como ellos que no hacen sombra como nosotros, me dice. ¿Te fijaste? Cuanto más se alejan mas grandes se vuelven. Es como cuando vos me das un beso de despedida a la salida del jardín y buenísimo, chau Horacio, te recuerdo enorme, en función de lo que vas sintiendo pero ellos no: cambian de lugar sin que duela y en el giro, hacen formas multicolores, multigestuales y ni hablar de los olores. (Sospecho que las sombras no las veo porque acá el sol solo se ve a la mañana y yo hace años que no duermo, de noche) El ventilador quieto y ellos que cuchuchean, crujen y después y después, tragan. Son el movimiento de lo inerte, la posibilidad del giro caleidoscópico y eso sí: basta que pase mi madre con el vaivén de sus caderas para que caigan desplomados, y entonces me saco ancha y quito la Coca del frizer (que compre por $1.25 menos al precio de elegirla recalentada), tomo del pico, enrosco la tapa y una vez más cobro sentido al ir volando, a levantarlos. Total, a ellos no tengo que darles explicaciones acerca del egoísmo y ni de las palabras; saben de lo mucho que yo, sería incapaz (pero capaz escapas) Y entonces ahí van otra vez y cada vez, que me hacen levantar. Ni a la alarma le doy la bola que a ellos. Les conté mil veces que los cocodrilos no me hacen nada y ellos sí, dale que va, me sacuden los hilos cósmicos y me elevan del pantano justo cuando son las 3 y entonces los ojos se me cierran como amapolas (también podrían ser aceitunas negras ahora que pienso.) Y yo que por ahí todo bien y corréte y hacéle lugar a lo nuevo. Se expeditivo, vos podés, me dijo aquél y cómo que no, que el que se cayó se reacomodoma modificando las poses de los otros, y los gestos, y las caras, y los ojos que nunca se pueden ver (los mismos que se miran justo, donde se reconocen) Y resulta que en el medio los portaretratos se vuelven obsoletos y sólo son ellos, los Gogos sin rostro, aquellos que sobreviven día a día junto a mi, vallando mi TV, inventando rescates, desplomándose, riéndose. Cambiando de posición se desordenan por un instante: el entorno se modifica y en el medio, puden pasar siglos hasta que yo de la vuelta por la esquina y los tumbe nuevamente. Todo sea por querer bajar la persiana mientras me acomodo y trago, simulando saborear diariamente y como puedo (imitando a la gorda de enfrente), al menos dos sorbos tibios, de matutino café.

domingo, 20 de mayo de 2012

Pitucones en mis codos


¨ A veces la gente merece que le recompensen su fé (...) Creo que nuestro destino es hacer ésto, eternamente.¨

The Dark Knight Rises

*Acá hace tiempo que me viene haciendo falta una onomatopeya. Y sí: todo cambió en nuestras vidas a partir de la llegada de Aníbal. Niño mimado de las domésticas del Royal, junto a él llegan las correspondencias del día, las facturas a mi nombre por ejemplo, y como si fuera poco, los postrecito marca Serenito Edición Limitada para la famélica del 5to que, -si me preguntan a mi-  para mi que se deformo a propósito aunque ella insista en que lo hace queriendo. Como sea, ampliaremos. Un beso Gladys, delicia. Te veré luego, repetimos cada vez, antes de ingresar al recinto, momento en que Anibal nos reparte la variedad de panfletos de los lugares modernos del barrio, esos que ofrecen así, como sirviendo al autobombo, el locro del 25 a modo de comidas caseras. Otra cosa es que con Anibal llegaron las añoradas Billiken que nunca tuve, mas la revista de los genios de los días jueves, en donde lejos, mi juego preferido, era ese de unir los puntitos siguiendo los números hasta que se te formaba el dibujito ¡Y que desilusión aquél caballo blanco! Cornudo. Anibal ama lo que hace y yo, cada vez le recuerdo quién es al decirle: - Hola Anibal, buen día. (Es la parte en que desfilan mis ojos desde las líneas en su frente, soportando cierta inhibisión en su mirada al posarme en su camisa blanca, para terminar así, reconociendo mi rostro reflejado en sus zapatos más brillantes que lustrados cada vez -que él hace- que una puerta se abra ante mi) Tarro amarillo de letras azules en mano -franela mediante- el lustra picaportes y yo, apenas coexisto entre sus modos, diversos y simultáneos.  Una silla de plástico, una mesa con rueditas haciendo juego y una pila de libros que, cercanos al Larousse cual ajos vencidos, ocupan el escritorio que él poco a poco,  día a día fue construyendo a la altura del portero eléctrico o a un tanto más, de mitad de la pared hacia arriba. Además de todo, deja relucientes las cerámicas de la entrada y el otro día, verifique con mis propios ojos que es capaz de subir una escalera de hasta 14 escalones, con tal de cambiar la dicroica que enciende justo-justo, al abrirse la puerta doble hoja del ascensor. Fundamental lo suyo. ¡Y es que hasta mueve los barrotes que traban el ventanal del balcón! Entonces yo practico y me hago la que fumo y, si me da la tos no importa: dejo que solitas caigan mis lagrimitas total Anibal es ciego, y nunca me ve llorar. A él le conté el secreto de lo que venía esperando hace meses. (Y me aprovecho total, nunca veo lo que el mira y ni siquiera a esta altura se si sabe, o le dije, que compartimos el mismo lunar en el mismo lugar, ahora que pienso) Lo que importa yendo al hecho, es que todavía no recuerdo si eran las vacaciones de invierno o el cierre de la vigilia pascual, continué. -¿Vacaciones de invierno? Qué antigüedad, sancionó deslizando el barral y moviéndome el encendedor bajo su suela derecha, asi como arrimando. Entonces fui generosa y poco obediente: me agache, lo recogí y atravesando el portal, nos encontramos en el balcón.. - Vos deberías fumar a pipa ¿Me seguís Anibal? - Claro - Te resumo. Estás ahí? Te decía, el punto es que al darme vuelta, buscando la casa mire hacia abajo y -siguiendo el sonido en lugar de regresar- me detuve en la cucha y claro, tentada, no pude más que seguir sus huellas. Esa noche había pasado algo. La foster estaba rara - ¿La foster? - Melaña sí, la foster de mi madre. Insistí mil veces a José Luis con ir a verla pero no había caso: el tipo permanecia noche y día sumergido en la bañera, jugando a ser acuaman, fascinado con sus antiparras nuevas que lo hacen verse todo mas grande, según él. Me recuerda a mi de chica. Sola entonces, no me quedaba otra: esa noche su metamorfosis se adueño de mis latidos y otra vez, Anibal ¿Te das cuenta? Tal vez mañana sea el día, pensé y así fue que me estrujé esa madrugada tras la persiana y así, de prepo, me cole y aparecí en el bacón ¿Qué me contás? Agachándome, sigilosa y persuadida por la intriga, me basto el brillo en sus ojitos para chuparme los dedos y humedecer sus lagañas, jugando a hacernos cosquillas. Entonces besé sus cachetes flacos y la felicité ¡Al fin sos mamá!, solté. Después lógicamente le arrime la placenta para que la pueda oler bien y, al ver que la deshechaba corri adentro y la frisé, por las dudas. Al regresar, una pizca de meconio con olor a vida decanto en esperanza y al ratino nomás, llego el momento culmine de alzarlos a ambos (uno en cada brazo) al grito de la buena nueva: Miren todos: llegaron los hermanos! A ella, que era la más pequeña aun habiendo nacido primero, la llame Mesopotamia. De ojitos achinados y hocico corto, se la vé tan distinta al resto... Permanecia casi siempre con la vista hacia abajo y desde ahí, jugaba a hacer equilibrio entre las raíces de los árboles que emergían de la tierra del jardín de su casa. El circuito siempre era el mismo: se empecina en treparlos, luego se cae y vuelve. Un poco guasa para sus necesidades, es cierto que suele eso que dicen acerca de que suele ser vilenta y tierna y para mí que se cree paloma, quereésquetediga le dije un día, a Jesús. - ¿A Jesús? - Sí, el marido de Elvira, mi vecino del fondo. Los viejitos pasa de uva que vivían a sopa de arroz, sopapeados por el hambre mientras los hijos se hacían la Europa a 5 cuadras. Hacéme acordar de avisar a la administración que el aire acondicionado gotea. Sentís? Me entró en el ojo; además hay que conseguir un botellón mas grande. Sigo. A él, tardamos un poco más en poder nombrarlo. Es que mi madre y sus manías Anibal, si la vieras... En una primera instancia lo llamo Saadi, en honor al político famoso. Ubicas? Pero parece que algo la hizo dudar y, basándose en el parecido, optó por llamarlo Vicente. De hocico tipo zopapa y de bordes en la boca cual repulgue de empanada de humita, Vicente, a diferencia de Mesopotamia, era prácticamente negro (salvo por los 2 puntitos color caramelo que posaban sobre sus ojos, a modos de cejas perrunas, o algo así. Con los ojos abiertos, parecía tener 4 ) Ella en cambio negra de base, florecía en sus manchas blancas y en alguna que otra color té con leche. A simple vista, era un tanto mas silenciosa y superficial que él. Y es que él en el fondo, era el autista perfecto de su propia queja; el mismo que padecía a troche y moche los apretujones  modo mimo de cuanta vieja insoportable que, paseando por la avenida 3, lograse sacarlo de prepo de mis brazos (o en su defecto de los de mi madre) y le estirara los bigotes, apretujando sin pruritos, sus adorables cachetes plastilinosos. En ésta parte Vicente solía sentir vergüenza ajena. Guau perrito, habláme. Y dale. Le hacía mal el contacto con la gente y entonces con él, nos entendimos enseguida. Sin tí no soy nada, le susurraba casi silvando y de frente a su oreja, derecha. Y no recuerdo si era Pascuas o vacaciones pero lo cierto es que hacía un frío de esos que te meten todo hacia adentro.  Por suerte fui expeditiva: para viajar ni siquiera empaqué ropa. Tan solo una caja de cartón, un trapito bordado ilegible y ellos dos, acurrucados adentro. (Mi madre insistía en que les diese calor, rodeandolos de papel de diario, hecho bollitos. ¨Efecto nido¨me dice, cada vez que la perra se calienta y según ella, ¡solo busca un pito! pero yo jamás pude. Sería incapaz de arruinar sus notas.) ¿A dónde quedó el encendedor, Anibal? Y resulta que tuve que agacharme otra vez. Los encontraba siempre escondidos, perdidos en el espacio: rodando debajo de la cama entrelazados, revolviendo mis chinelas de toalla o o mordiaqueando, también,  las nefastas plantillas necesarias  a mis zapatillas (las mismas que ubican a mi pie tan lejos del 6 como del 7, o de todos números compartidos con mi madre) No era raro, tampoco, pasarme las horas viéndolos entretenidos, afilándose los dientes con la esquina de algún libro abandonado durante día, o jugando simplemente a la mancha, entre sus propios escrementos. De hecho si lo pienso, fueron ellos quienes, empañando los vidrios del auto con su aliento y a upa mío, tuvieron toda la paciencia si no podía prestarles atención, mientras me enseñaban a escribir las primeras letras y porque no, a practicarlas en la ventanilla cuando por fin, a veces, el tránsito está lento... Y es que Vicente y Mesopotamia eran felices con lo que tenían, y solo pocas veces se animaban a pedir algo más, aparte de lo que les daban. Te noto pálido Anibal. Puede ser? Al baño no? En casa por ejemplo, el helado siempre lo repartía el león felino de papá. y por supuesto que nunca dejo de preguntarle a cada uno acerca de sus gustos preferidos. ¡Y cómo me frustra que el pote sea todo blanco! (Aún si tienen distinto sabor.) Aunque por suerte, desde que están ellos, todo en casa es diferente: principalmente logramos compartirnos los restos del pote sin discriminar la cuchara ajena (disimulando siempre la aceptación al intercambio, eso sí). Hasta a veces si te decuidás, se dejan caer ambos adentro, uno sobre el otro y viceversa, y resulta que te gruñen como locos si intentas moverlos por adentro de su casita de telgopor. Los dientitos de ellos duelen como la san puta y si los pones arriba de la mesa, enseguida patinan mas alla de sus garras mientras lamen a lo loco el fonde el plato del bistec. Así, cada rincón con ellos es un palacio, le decía a papá. Vicente y Mesopotamia hicieron de mi tiempo las mas lindas vacaciones, sabés? Y mirá Anibal que la costa en invierno se pone fría, fría de verdad. Mas en esas casas de verano de Necochea, con chimeneas y leña color mojado seco viste, de tanto llanto al purgarse el cielo la humedá. Esa tarde la casa parecía un freezer y, aunque en esa época no existían, a veces pienso que ni el split de mi oficina en esas circunstancias, hubiera logrado templarnos entre todo lo soplado. Escarcha total, la cuestión es que no se si mi madre o quién se encapricho con ir al centro y, claro estaba para ello, ellos tenían que permanecer solos en la casa, entre los leños. Dimos 2 o 3 vueltas que las sufrí mas que el tren fantasma todavia y, para cuando regresamos todo era un desatre. La madre tiritaba cual elefanta resfriada, tumbada por el frío. ¿Y dónde catzo andará, el bolita que la embarazo? me pregunté, comiendo lo que quedaba de la media tostada, dada vuelta sobre la mesa y humeda en su mermelada, siempre de durazno. Miento: a veces de ciruela, también  ¡Pero nunca de frutos rojos! Esos quedaron reservados en mi planta de moras :) Sigo. Debajo de la madre, casi aplastada, yacía Mesopotamia. Y pensar que solo la quería abrigar. Murió con cara de haber sido muy feliz, podés creer? - Esto está medio desprolijo pero sí, te escucho - Pobre perra, nunca se quejó de nada. A un costado, Melaña rompía las hojas de papel diario acercádoselos al hocico, agonizando de la esperanza, mientras mi madre cooperaba ayudándola a romper y olvidándose por supuesto de sus notas perdidas, en alguna que otra página de tinta borrosa ahora.... En ángulo recto a ellas 2 y a los pies de mi cama, Vicente hacía sombra por fuera de la escena de una madre, desesperada en poder despertar a su única hija. ¡Qué desolación! pensé, y enseguida corrí a los brazos de papá. No podía tragar saliva de la angustia. Con la lengua seca, subi los escalones, los dos escalones, me apoyé en la barra y dije: cuando llueva acá se va a caer el cielo con nube y todo. Quería volver a tomar aguaras; la miraba a Meli y ella nada.  Creo que fue la primera vez que vi a una perra llorar. A ella se le mojan las pestañas y le queda la gotita en la punta, a diferencia mía (lo mío en cambio, va todo por adentro del ojo). Aferrando mis manos sobre la barra naranja, fije la vista en la lámpara redonda y blanca y entonces listo: con los antebrazos apoyados y colgando, solté mi peso y me deje caer al piso. -Tierna imagen redentora - Es que quería pesar hasta arrancarme los brazos que, en definitiva, ¿Para qué los querría ahora? ¡Ahora que ellos ya no estaban! De rodillas, pude sentir el llanto acumulándose en mis pómulos.  Mis brazos extendidos, el cuerpo suspendido y la heladera detrás. Nunca más voy a volver a comer, pensé girando mi cabeza cuando por fin la vi subir. Un, dos escalones y su voz: - vení, apoyate vos que siempre hablas para adentro y escuchalo. ¿No sentís? - Sí mamá, le dije, mirando sus ojos. Late. En ése momento se cayo la boca, lo acomodó entre mis brazos y se fue derechito al horno. - Cuando yo te diga lo metemos adentro. Va a renacer, dijo. Y de repente ese alivio que se desprende en mí, en cada una de sus certezas... Es casi como cuando afirma que si rebobino el VHS haciendo play, voy a rayarle las pocas imágenes que le quedan de sus películas preferidas... Entonces me quede dura, con él sobre mi pecho, acercándolo despacito- despacito... - ¿Y qué paso? - Y qué va a pasar, Anibal? Lo obvio: lo meti adentro del horno y espere con ella, al lado - ¿Hay un tiempo? ¿Media hora? - Algo, le dije. (Y recuerdo que odie haberme olvidado mi reloj digital en la capital, sobre su mesita de luz...) - El nos va a avisar. - ¿Cómo, mamá? ¿Cómo nos va a avisar? Es Vicente, mamá. ¿Te acordás? No sabe hablar... Y lloré. - Tragáte esos mocos y escuchá, dijo, agachándose a mi lado. Y entonces sucedió: - A ésta puerta le hace falta W40, bromeó mientras la abría, recuerdo... Y continuó: - Miralo, ahí lo tenés. Entre chillidos y patitas resbaladizas brinco del suelo del horno a mis pies. Jugando a ser Heidi lo alcé en mi sweater y lo abracé despacito, como a el le gusta, sin estrujarlo. Volviste, Vicente, le dije. - Ahora se llama Lázaro, sorprendió mamá. (parece que es un tipo ciego que resucitó, según la biblia) -Otra vez con el sagunchito de miga, vos? ¿Uno solo y nada más? Así vas a desaparecer. Son un vicio Anibal, entendes? No puede ser que te comas solo uno. Convidáme - ¿Y con él que paso? - Acto seguido le preparamos un plato de Nestúm con leche tibia. Junto a mi hermano y mientras el dormía, enterramos a Mesopotamia en un proyecto insipiente de cantero. Ahí, si mis cálculos no me fallan, debería crecer una planta gigante de jazmín del país, dije, cuando enterré y sembré unas semillitas nuevas que me trajeron de regalo esa mañana, del vivero Doña Acacia. De regalo dije? Podría haber sido cerca de mi cumpleaños ahora que pienso. Lázaro por su parte, todas las tardes de esas vacaciones y de las suiguientes, cercana la hora del té, jamás olvidaba arrimarme la manguera y hasta había aprehendido, el solito, a gatillar el dispenser del sistema nuevo riego, con tal de regar y humedecer la planta que crecía en el lugar de su hermana e imaginarla así,  hermosa y florecida, mientras regaba y regaba, aún sin verla crecer.- ¿No siguió en esa casa? - La regó todo lo que la lloró. No, sabés que no? Años después se alisto como cuidador de un playón de estacionamiento que dependía de la policía del pueblo. Turrito de alma y guardián de vocación, era el último en mear las siempre verdes del alambrado, para luego tumbarse a dormir la siesta a la sombra de su árbol, hasta que llegaban las siamesas de los Falcone y lograban despertarlo despacito, ronroneándole el lomo, cercanas las 3.- ¿Envejeció? -Mucho. Imaginate que vivió 20 años más que ella. Auque probablemente, tal vez en su universo fueron 2 semanas, dos semanas de invierno, de otoño, me confundo... nosé. A veces cuando vuelvo en los veranos, si se me cruza paso por ahí a saludarlo. Entonces suelto el pañuelo de mi cuello empapado en Anais Anais, y apenas toco el portero que da a la entrada al playón, no es necesario que el sereno me abra del todo, para escuchar los pasitos cortos y rápidos de Lázaro hacia mí  (de tanto que me hacen falta, claro.) Cerraste todo, Anibal? - Todo menos el candado del barral que da al balcón. Es que perdí las llaves, te conté? - No me digas; no va a quedar otra que preguntarle a Gladys entonces... Como sea es una divina le dije guiñando un ojo... Y sonreí.

A veces siento la certeza (o algo parecido) de que si no fuese por Anibal, jamás podría yo, sola, salir de la oficina a cualquier hora. Solo me cancherea cando bajo y me faltan 2 minutos para que me cierre el banco de la vuelta. De todas formas, cada vez que lo nombro se pone colorado ¿Les conté? Como cuando le digo gracias o le pregunto que qué tanto lee el ahí, sobre esa mesa berreta, de plástico y manchada, encima. Es la parte que se sonroja y arrugando la frente baja la vista de la nada y me pide casi tiritando de los nervios, que le sostenga su bastón, blanco. Tranquilamente podría ser mi socio. De qué nosé, pero éso es lo de menos. Resulta que mientras sostengo su bastón entre mis manos, al ratito sólo camina 5 pasos sin tantear las paredes, y entonces ocurre lo que ya era previsible de memoria: encuentra el timbre, lo toca, y haciendo contacto con la puerta me deja pasar al fin, a mi primero.

domingo, 22 de enero de 2012

Al principio

Lo que te decía, Julio, masticáte esa palmerita y atendeme, acerca de las bolsas del supermercado; esas que mi hermano guarda, una dentro de la otra, para terminar anudadas donde yo creo, apiladas a un lado de la leña, algunas trepadas a los troncos, otras cayendo de tan acumuladas y cuando no las ven, sí, adormecidas. Las mismas que hacen nudo al ser tironeadas en sus puntas ¿Lo notaste? Jodéme. Simulando contener deshechos y basura en su interior pero no, papeles hechos bollo, letras húmedas borrascosas y esquinas de cartón sabor pizza destilan de repente ´él todavía´, y la resaca de tufo a domingo sulfatado, solventando en su bostezo el slogan ´viva el reciclado´del onceavo mandamiento: ´no reducirás, jamás, el deseo a la demanda´ y entonces ¡chau! a las botellas, ésas que se vacían de la nada las muy putas, y de golpe porrazo hacen silencio, tornándose ligeras y asomando así, como queriendo escapar de mi cabeza. ´Ya te dije´, acota el otro, no me voy a cansar nunca de repetirte:¿Te fijaste la cáscara por dentro? Se deja ver (entre mezclándose con los restos de lasagna) Y pensar que de todo-todo, solo queda el recuerdo del sonido en la pajita de la espuma de aquél licuado sublime, y nunca combinado (love is about trust), mientras la media naranja resignada, mira hacia abajo y junta saliva, entregándose valiente al paso del tiempo y entonces un te quiero se deliza, veloz, mojando el nylon y separado ya, de su hilo. *Es la parte en que mirando hacia arriba el pie se dobla en el aire para caer perfecto, cuarto perfil consagrado; tumbando el tronco gruñe el quebracho y vuelve a latir en el tobillo, cual héroe que respira hondo, barre del techo las telarañas, le hinca el colmillo al chicle globo rezando por la jirafa endeudada (de tanto buscar el techo) y adiós a la sed: traga, abre la bolsa de Disco e insulta para adentro (en simultáneo) mientras insiste en cerrarse, limpia con sus dedos el flequillo del escobillón (todo para encontrarse de nuevo con la pregunta acerca de la pelusa inolvidable) sale de su ombligo, da 2 pasos para continuar, sigue y se olvida (lo resuelve:) Cuelga la pala desparramando con el mismo pie la línea de polvo que dibuja el piso, barrido sobre los mosaicos, baja dos escalones esparsiendo tolerancia o liviandad y, mirando hacia abajo como debe ser, vuelve a empezar. Así de simple. Increíble Julio -te decía- si me vieras ahorita mismo en mi jardín, recogiendo las piñas del día para fabricar sobre ellas, artesanías por la noche. Me he vuelto hipi y ya bien sabes, prefiero enmarcarme en la tangente. Te decía entonces, Pedro, éso y todo lo que hay que hacer, además de equivocarse, para quedarse callado hasta respirar de nuevo, y sacar la basura de casa cuando pasa, si es que pasa, un día más.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Ilusión

Estáte advertido -susurró. Papá Noel puede ser cualquiera; el muy hijo de puta se disfraza de persona normal y nadie lo sabe. Eso quiere decir que podés subirte con él en el ascensor, estarte al lado y no reconocerlo, por ejemplo. ¿Te parece poco? Yo por las dudas, entre hoy y mañana, uso las escaleras de servicio. Dale nene, vamos, seguíme... Que al shopping sola no voy ni loca.-