Les voy a pedir* que arranquen los rulos al costado de las hojas, así no se me enganchan los escritos, antes de entregar el parcial. No se olviden del nombre por favor, bien claro y arriba, si es al margen mejor.
Manuel no sabe bien cómo volcar en su examen todo lo aprendido y, ciertamente, la idea de su ignorancia pareciera no importarle demasiado. Manuel camina lento, mirando el piso y -aunque parezca redundante- solo levanta la vista cuando deja de ver las baldosas bajo sus pies. Es prolijo , clásico; extremadamente tímido y con ciertas dificultades para reconocerse en las fotos de su cumpleaños como un integrante mas de su familia. Sueña con ser un ganador como su hermano Enzo: un tipo de esos que se destaca haciendo resto por encima del montón. Manuel en cambio, a diferencia de Enzo, suele evitar los espejos. Fanático de Tigre y de las Mogul multifruta, muchas veces se encuentra sonriendo sin ser feliz. Presenta un síntoma particular: siente pánico de pisar y aniquilar algún insecto mientras camina (temor que se incrementa (acentuándose) cada vez que necesita atravesar el arenero de la placita de Olleros para subirse al tobogán). A Manuel le encanta ir a la plaza. Todos los días, pasadas unas horas del mediodía, lleva a cabo el mismo ritual: prepara un té de frutos rojos y lo deja enfriar dentro del microondas mientras espera, ansioso, que el reloj se ponga a las tres (hora en que su madre se levanta de la siesta y se calza los mocasines tomando un sorbo de café con aspirina, mientras que con la otra mano busca las llaves para iniciar el paseo vespertino) - ¿Qué hora es, Manuel? – La hora que vos querés, repite y agrega: - Eso me lo enseño mamá. La plaza de Olleros se ubica en el centro de dos calles. Cuenta con los juegos básicos y una fuente en la que Manuel se detiene siempre, religiosamente, a pedir su único deseo: volver a coincidir con Wanda en aquella plaza cada tarde, cerca de las 5. Wanda es una rubia pelirrojona de cabello bien finito, ojos achinados y brillosos, orejas en punta y nariz respingada. De manos particulares, suele permanecer tildada en la esquina del arenero con la boca abierta pensando en cualquier cosa. Manuel sufre horrores cada vez que Wanda corre libre, con los cordones desatados. Hay algo en su rostro que a Manuel le resulta familiar y tan es así, que se la pasa tratando de evocar a quien le hace recordar, mientras ella una y otra vez, hecha bomba de humo ante el resto y desaparece. Hasta incluso inventó un juego donde a la hora de dormir, antes de conciliar el sueño, en lugar de contar ovejitas cuenta los bucles tirabuzones que bailan simpáticos, a la altura de los hombros de su amada. Manuel tiene un deseo: hamacarse con Wanda y cruzarse con ella en el aire. Pendular. Recrea una y otra vez la escena en su mente y ya lleva gastadas 25 monedas de su abuelo, arrojadas de espaldas al fondo de la fuente. Manuel espera que el azar le permita la posibilidad; siente que por ella hubiera sido capaz de esperar toda su vida hasta aquel jueves, día de esperanza (dijo el abuelo pasando el mate) en que por fin se le animó. Poseído de un coraje tan soberbio como ajeno y hostigado ya, (al conocer de memoria los 3 senderos de los 3 hormigueros de su plaza) Manuel se levanta encojiendo sus hombros, y, sintéticamente, pide a Ramón que le ceda la hamaca. Sin mirar a Wanda, permanece con la vista perdida hacia abajo, junta aire y hecha envión sobre sus pies, caminando en puntitas hacia atrás. A un pie de su hazaña, Wanda suelta su hamaca y corre a los brazos de su madre a sonarse la nariz. La hamaca de Wanda queda suelta en el aire hasta que dos niños alborotados pelean por ella, sosteniendo y tironeando a la vez de sus cadenas. Manuel en cambio, solo siente latir su corazón. Tiene ganas de llorar pero se las aguanta. Mira hacia abajo derrotado y sin esperarlo, escucha su nombre. El viento seca su frente, levanta la vista y se reconoce en los labios mudos de Wanda. Enseguida entiende que lo está llamando y , cerrando su boca, se arrima tímido al otro lado del subibaja. Wanda se baja y entre los dos, acomodan el tablón a la mitad. Cuando Manuel está por subir, wanda se adelanta y la parte de madera del lado de Manuel da justo sobre su pera y zaz… Manuel pierde su primer diente. Junta saliva, se lo traga y sube de su lado. Mirando a Wanda entre subidas y el bajadas, solo piensa en qué argumentos presentarle al Ratón Pérez ante lo sucedido, con el fin de obtener más monedas…
*Por suerte tiempo después se reencontrarían en el C.A.E.N.S.D (Centro de Apoyo Escolar al Niño con Síndrome de Down) y –lógicamente- ya no les sería tan fácil reconocerse compartiendo una mesa, pasados 10 años y puntuales ahí: frente a frente, justo a la hora del té.
Machete en mano doble el troquelado, corté el resto y lo entregué. Recién a la clase siguiente supe mi nota tachada, superpuesta y re escrita, por encima del único parcial suelto a un lado. Y sin nombre.
Manuel no sabe bien cómo volcar en su examen todo lo aprendido y, ciertamente, la idea de su ignorancia pareciera no importarle demasiado. Manuel camina lento, mirando el piso y -aunque parezca redundante- solo levanta la vista cuando deja de ver las baldosas bajo sus pies. Es prolijo , clásico; extremadamente tímido y con ciertas dificultades para reconocerse en las fotos de su cumpleaños como un integrante mas de su familia. Sueña con ser un ganador como su hermano Enzo: un tipo de esos que se destaca haciendo resto por encima del montón. Manuel en cambio, a diferencia de Enzo, suele evitar los espejos. Fanático de Tigre y de las Mogul multifruta, muchas veces se encuentra sonriendo sin ser feliz. Presenta un síntoma particular: siente pánico de pisar y aniquilar algún insecto mientras camina (temor que se incrementa (acentuándose) cada vez que necesita atravesar el arenero de la placita de Olleros para subirse al tobogán). A Manuel le encanta ir a la plaza. Todos los días, pasadas unas horas del mediodía, lleva a cabo el mismo ritual: prepara un té de frutos rojos y lo deja enfriar dentro del microondas mientras espera, ansioso, que el reloj se ponga a las tres (hora en que su madre se levanta de la siesta y se calza los mocasines tomando un sorbo de café con aspirina, mientras que con la otra mano busca las llaves para iniciar el paseo vespertino) - ¿Qué hora es, Manuel? – La hora que vos querés, repite y agrega: - Eso me lo enseño mamá. La plaza de Olleros se ubica en el centro de dos calles. Cuenta con los juegos básicos y una fuente en la que Manuel se detiene siempre, religiosamente, a pedir su único deseo: volver a coincidir con Wanda en aquella plaza cada tarde, cerca de las 5. Wanda es una rubia pelirrojona de cabello bien finito, ojos achinados y brillosos, orejas en punta y nariz respingada. De manos particulares, suele permanecer tildada en la esquina del arenero con la boca abierta pensando en cualquier cosa. Manuel sufre horrores cada vez que Wanda corre libre, con los cordones desatados. Hay algo en su rostro que a Manuel le resulta familiar y tan es así, que se la pasa tratando de evocar a quien le hace recordar, mientras ella una y otra vez, hecha bomba de humo ante el resto y desaparece. Hasta incluso inventó un juego donde a la hora de dormir, antes de conciliar el sueño, en lugar de contar ovejitas cuenta los bucles tirabuzones que bailan simpáticos, a la altura de los hombros de su amada. Manuel tiene un deseo: hamacarse con Wanda y cruzarse con ella en el aire. Pendular. Recrea una y otra vez la escena en su mente y ya lleva gastadas 25 monedas de su abuelo, arrojadas de espaldas al fondo de la fuente. Manuel espera que el azar le permita la posibilidad; siente que por ella hubiera sido capaz de esperar toda su vida hasta aquel jueves, día de esperanza (dijo el abuelo pasando el mate) en que por fin se le animó. Poseído de un coraje tan soberbio como ajeno y hostigado ya, (al conocer de memoria los 3 senderos de los 3 hormigueros de su plaza) Manuel se levanta encojiendo sus hombros, y, sintéticamente, pide a Ramón que le ceda la hamaca. Sin mirar a Wanda, permanece con la vista perdida hacia abajo, junta aire y hecha envión sobre sus pies, caminando en puntitas hacia atrás. A un pie de su hazaña, Wanda suelta su hamaca y corre a los brazos de su madre a sonarse la nariz. La hamaca de Wanda queda suelta en el aire hasta que dos niños alborotados pelean por ella, sosteniendo y tironeando a la vez de sus cadenas. Manuel en cambio, solo siente latir su corazón. Tiene ganas de llorar pero se las aguanta. Mira hacia abajo derrotado y sin esperarlo, escucha su nombre. El viento seca su frente, levanta la vista y se reconoce en los labios mudos de Wanda. Enseguida entiende que lo está llamando y , cerrando su boca, se arrima tímido al otro lado del subibaja. Wanda se baja y entre los dos, acomodan el tablón a la mitad. Cuando Manuel está por subir, wanda se adelanta y la parte de madera del lado de Manuel da justo sobre su pera y zaz… Manuel pierde su primer diente. Junta saliva, se lo traga y sube de su lado. Mirando a Wanda entre subidas y el bajadas, solo piensa en qué argumentos presentarle al Ratón Pérez ante lo sucedido, con el fin de obtener más monedas…
*Por suerte tiempo después se reencontrarían en el C.A.E.N.S.D (Centro de Apoyo Escolar al Niño con Síndrome de Down) y –lógicamente- ya no les sería tan fácil reconocerse compartiendo una mesa, pasados 10 años y puntuales ahí: frente a frente, justo a la hora del té.
Machete en mano doble el troquelado, corté el resto y lo entregué. Recién a la clase siguiente supe mi nota tachada, superpuesta y re escrita, por encima del único parcial suelto a un lado. Y sin nombre.
http://www.youtube.com/watch?v=foAHKccgCYM
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